miércoles, 21 de noviembre de 2012

Lloras, luego pagas. Pagas, luego existes.

Grisácea soledad te inundaba el rostro, tetrahidrocannabinol y etanol la sangre, versos ladrados la piel.

Y decían que la tal Grisácea Soledad estaba bastante buena, y que le iban las noches locas, la locura en sí misma más bien. Pero no hay un ser humano lo suficientemente loco como para marcar los límites de la cordura, así que respira hondo, y abróchate el cinturón, porque este viaje promete.

Te hablaban de aullidos mañaneros, de cacareos nocturnos, y de seguros de muerte que no incluyen la vida en sus labios, ni bajo su ombligo; y para colmo te dicen que tus bolsillos son muy estrechos, y que vas a tener que volver a prostituir tus ideales, a asumir y a no pensar,-televisión lo llaman-.

A lo que iba, que Grisácea Soledad necesita de tu respiración asistida, así que ya estás empezando a morirte, que sus bragas valen más que tu orgullo. Cuando termines de pagar, puedes empezar a agonizar.


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