martes, 11 de diciembre de 2012

Inspírame. Tortúrame. Insúltame. Respírame. Atiéndeme. Muérdeme. Ládrame. Como quieras, pero que tenga que ver contigo. Y conmigo.

Dos tequilas para una sola sonrisa. Su pelo reflejaba el rojo y verde de los rayos de aquel antro que decían que era una discoteca; en donde los despojos sociales saltaban al ritmo de alguna moda veraniega taladrantemente repetitiva. Y allí estaba, pelo negro, falda corta, una atmósfera de dolor le envolvía la mirada. No sé qué cojones hacíamos allí, pero no teníamos ganas de irnos. Yo estaba en mi esquina, con mi copa de whisky barato con cola y el nombre de algún alfiler clavado en la caja de bombear, escrito en un folio cuadriculado tamaño dina-4. Y yo no estaba hecho para complacerla, ni para comprenderle ni siquiera para ser yo. Y su única patria estaba embotellada y debidamente etiquetada en cualquier estante de supermercado, no quería nada, ni a nadie. Sabía más que toda la élite intelectual de colgados, colgados.

Era un poema; ella, sus ojos, sus tacones de aguja y sus aires de rock n' roll.

Y yo seguía siendo un gilipollas.